Si hay algo que recuerdo de la infancia son las tardes de verano eternas en el pueblo. La luz y los paseos en el bosque con mi abuela.
Mi abuela decía que yo tenía manos de pianista. No es verdad, pero ella las veía así. Supongo que las abuelas tienen el don de ver todo lo bueno que hay en nosotros. Todo aquello que podemos llegar a ser.
Sus manos, en cambio, eran grandes, con dedos anchos y toscos. Eran las manos de alguien que había trabajado la tierra desde que era niña.
A mí me gustaban más sus manos que las mías. Eran manos que parecían una casa, un lugar donde volver.
Si hay algo que recuerdo de la infancia son las tardes de verano eternas en el pueblo. La luz y los paseos en el bosque con mi abuela.
Mi abuela decía que yo tenía manos de pianista. No es verdad, pero ella las veía así. Supongo que las abuelas tienen el don de ver todo lo bueno que hay en nosotros. Todo aquello que podemos llegar a ser.
Sus manos, en cambio, eran grandes, con dedos anchos y toscos. Eran las manos de alguien que había trabajado la tierra desde que era niña.
A mí me gustaban más sus manos que las mías. Eran manos que parecían una casa, un lugar donde volver.
Mi abuela no pudo ir a la escuela por culpa de la guerra. La guerra de los hombres que roba el derecho a los niños.
Pero tenía la sabiduría del campo y de las estaciones. Otro tipo de conocimientos que ahora pienso que estamos olvidando.
Un día, mientras andábamos entre senderos y caminos, se nos cruzó una víbora. Mi abuela se puso nerviosa y gritó: - ¡Písala, písala! Cuando en realidad quería decir justo lo contrario.
Yo dejé a la serpiente en paz y así, la serpiente nos dejó en paz a nosotros.
Todos cometemos errores a veces. Incluso las abuelas.
Con el paso de los años, a pesar de las distancias, los teléfonos, los kilómetros, el tiempo... volvíamos a pasear juntos y recordábamos aquel día que se nos cruzó una víbora.
Ambos reíamos y ella decía... jamás te diría eso, sería más bien: - ¡Déjala, déjala!
Y yo le hacía rabiar y pensaba en sus manos bonitas, que parecían una casa. Un lugar donde volver.
...............
If there is something I remember from childhood, it's the eternal summer evenings in the village. The light and the walks in the forest with my grandmother.
My grandmother said that I had pianist´s hands. It's not true, but she saw them like that. I suppose grandmothers have the gift of seeing all the good in us. All the things we can become.
Her hands, on the contrary, were large, with short and thick fingers. The hands of someone who had worked the land since she was a child.
I liked her hands more than mine. Her hands looked like a house, a place to return.
My grandmother could not go to school because of the war. The war of men that steals the rights to children.
But she had the wisdom of the countryside and the seasons. Another type of knowledge that I think we are forgetting.
One day, while we were walking between paths and roads, a viper crossed our way. My grandmother became nervous and shouted: - Step it, step it! When she really wanted to say just the opposite.
I left the snake alone and thus, the snake left us in peace.
I guess we all make mistakes sometimes. Even grandmothers.
Over the years, despite the distances, the phones, the kilometers, the time ... we walked together again and we remembered the day when a viper crossed us.
We both laughed and she said ... I would never tell you that, it would be more like: - Leave it, leave it!
And I was tormenting her and thinking about her pretty hands, which looked like a house. A place to return.